01.10.13 | 08:00. Archivado en Educación, Amor - Pareja
Mi odontóloga -una mujer preciosa por fuera y por dentro además de buena profesional- me contaba hace unos días su temor ante la llegada de sus hijos a la adolescencia. ¡Puf! Los problemas que me esperan, me decía con cierto escalofrío.
Como es un problema universal que nos afecta, antes o después, a todos los padres de familia, me he decidido a contaros mis certezas y experiencias.
El principal remedio para las tensiones y conflictos de la adolescencia es la UNIDAD de los padres, casi me atrevo a decir que es el definitivo remedio. Una unidad hecha de amor, de sintonía, de estrecha comunicación y de coincidencia en los valores que queremos transmitir a nuestros hijos. Ahí es donde suele comenzar el fracaso como padres.
El matrimonio debe ser un árbol de grueso tronco, con raíces profundas, bien desinfectado de todo parásito por pequeño que sea, bien regado y bien iluminado. Son los padres los que deberían preocuparse de su propio crecimiento como personas y como pareja. Sin ese árbol sano y bien fortalecido, es imposible que crezcan ramas sanas y robustas. Cuando más tarde se injerten con otra rama, llevarán toda la fuerza o debilidad del tronco originario.
Para educar bien a los hijos, por tanto, lo primero que hay que cuidar y desarrollar es el matrimonio que los engendró. Sin eso, es misión imposible. Si quieres que tus hijos sean felices y se desarrollen adecuadamente, empieza por ti mismo y tu matrimonio. Esa sería mi primera y básica certeza.
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Después hay que saber que los hijos son agua. En las primeras etapas aceptarán de buen grado estar embalsados y protegidos en el pequeño estanque familiar. Pero se ondularán o removerán con los vientos del matrimonio.
Esas primeras experiencias les marcarán para toda la vida. Será imprescindible que estén rodeados de serenidad, amor y reconocimiento de lo que son individualmente. No todas las aguas son iguales.
Cuando en la adolescencia empiecen a fluir por la vida y reclamar su libertad, los padres han de convertirse en acequia que conduzca esa agua con firmeza y naturalidad. Será la primera prueba seria a la que someterán la UNIDAD de sus padres.
Si una de las paredes de la acequia presenta fisuras, filtraciones o derrumbes será imposible conducir el agua hacia los objetivos de la educación. El agua siempre busca por donde discurrir con más facilidad y desparramarse. Está en su naturaleza.
Habrá que permanecer atentos a esas presiones del agua sobre uno u otro margen de la acequia, a los agujeros que puedan encontrar o, incluso, conseguir por erosión. Los padres no solemos ser conscientes del daño que hacemos a nuestros hijos cuando les consentimos desbordamientos y filtraciones o les fabricamos compuertas de escape antes de tiempo.
De esa manera ni nosotros conseguiremos educarles, ni ellos llegarán a un desarrollo humano suficiente. Si el agua se desparrama, se perderá o servirá de abrevadero para aprovechados. Podría poner infinidad de ejemplos.
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También habrá que prestar atención a una trampa que muchos matrimonios ignoran. Se llama"complejo de Edipo" en los chicos y "complejo de Electra" en las chicas. Por definirlo sencillamente digamos que es "la preferencia de los niños por la madre y de las niñas por el padre". En uno u otro grado estos complejos son habituales y lo resume muy bien el refrán popular: "Los hijos son de la madre y las hijas del padre".
Cuando encuentren su pareja y se independicen (sobre todo cuando lleguen sus hijos) se invertirán las tornas, al menos en la práctica, quizás no tanto en los afectos. La sabiduría popular lo ha sintetizado: "Cuando casas a una hija, ganas un hijo. Cuando casas a un hijo, lo pierdes".
En la vida cotidiana debemos estar atentos a no alimentar esas tendencias, que pueden llegar a ser patológicas. De lo contrario, se acentuarán las presiones (de los hijos sobre el margen de la madre y de las hijas sobre el del padre) para conseguir filtraciones libertarias antes de tiempo. Estas presiones pueden llegar a la manipulación, el chantaje y la violencia. Si uno de los dos márgenes de la acequia familiar cede, el agua se perderá y será motivo de conflicto entre los padres.
Es entonces cuando adquiere todo su sentido educativo la UNIDAD del matrimonio, la firmeza de los dos márgenes de la acequia ante los envites del agua. Solo así los hijos comprenderán que la firmeza de sus padres es insobornable, menguarán los empujes y los hijos fluirán hacia su madurez y felicidad con naturalidad. Las concesiones, si las hay, han de ser un suave giro de la acequia, NUNCA el derrumbe de uno de sus márgenes. A todo esto se le llama EDUCAR responsablemente.
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Los hijos vienen por el mutuo amor de sus padres, salvo si éstos son solo instintivos animales (que los hay).
A nadie desearemos hacer tanto bien como a nuestros hijos. Por eso, para educarlos y conducirlos a la madurez y verdadera libertad son imprescindibles la BONDAD (capacidad de hacer el bien) y la FIRMEZA (de ambos progenitores).
No pueden existir separadamente, no pueden darse una sin la otra porque caeremos en el "desamor" o en la "blandenguería", puro veneno para nuestros hijos. Esas actitudes serán imposibles si no somos firme acequia que los conduzca a la desembocadura de su responsable independencia.
Y otra cosa para terminar. Se equivocan rotundamente quienes piensan que el amor a los hijos está por encima del amor al marido o la esposa. No recuerdo si es en "La perfecta casada" de Fr. Luis de León donde se afirma: "Después del amor a Dios, el amor al marido". De lo que estoy seguro es que esa frase resume la doctrina católica sobre el prioritario amor entre los esposos. No hay más que leer a san Pablo para comprobarlo.
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Solo el amor firme, alegre, continuado y mostrado del matrimonio llevará a los hijos a una independencia feliz, sea como célibes o como casados.
Y una luz más: La ausencia de vocaciones religiosas que padecemos tiene mucho que ver con la clase de matrimonios que tenemos en nuestra decadente actualidad.
Os deseo de todo corazón que encontréis el camino del auténtico y verdadero matrimonio. Porque ese es el camino de la felicidad de vuestros hijos. Sin eso no se podrá garantizar su educación, su progreso y su felicidad.
Si amamos de verdad el agua, debemos ser firme y limpia acequia que la lleve hacia el sentido de su existencia. Desde allí regará nuevas vidas.
Os lo sintetizaré en una imagen de vuestra memoria: ¿Recordáis cómo engendrasteis a cada uno de vuestros hijos? Pues con esa misma unidad, amor y pasión debéis educarlos.
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