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Jn 12, 20-33. Algunos de los que subían a dar culto en la fiesta eran griegos; éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea.
Jeremías 31, 31-34. He aquí que días vienen en que yo pactaré con la casa de Israel una nueva alianza.
Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y solo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.
Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la Semana Santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.
Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme que me siga, y donde esté yo, allí estará también mi servidor».
Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir solo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores.
Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.
¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» solo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?
Oremos en grupo y en familia
Pablo nos recuerda que Dios Padre no ha liberado a su Hijo del dolor y de la muerte. Dios le ha escuchado, no liberándole de sufrir las consecuencias del mal y del pecado, sino haciéndole triunfar de todo eso, para El mismo y para todos. Oremos.
Padre bueno, que seamos hilos conductores del amor de Jesús.
· Que la Iglesia, Padre, sea expresión y
recuerdo constante de la entrega máxima de Jesús como la dimensión
última del amor en un mundo lleno de mal.
· Que todos los creyentes, Padre, seamos
cercanía y rostro de Jesús junto a los más necesitados de nuestra
sociedad, que con nuestros gestos y palabras llevemos paz y esperanza la
vida se muestra angosta y difícil.
· Por todos los hombres y mujeres que
trabajan junto a los que sufren, para que en sus tareas muestren el
corazón de nuestro Padre Dios que sueña con una humanidad donde no haya
hambre, ni violencia, ni injusticias.
· Por todos los niños y jóvenes de
nuestras comunidades que este año harán la Primera Comunión y la
Confirmación, que su compromiso sea seguir los pasos de Jesús, siendo
Jesús para otros.
· Por todos nuestros seres queridos que ya
gozan en la presencia eterna de Dios, que su recuerdo sea estímulo en
nuestras vidas y nos empuje a vivir con responsabilidad nuestra vida día
a día.
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